Entraste de nuevo en mi cama haciendo
extraños aspavientos con las manos. Sin darte cuenta apenas espantaste el
deseo, y un millón de moscas azuladas revolotearon despavoridas creando hipnóticos murales de
reflejos azulados. Tu no lo sabías, y yo no quería saberlo, pero te estrellaste
de cabeza contra la dura realidad de una puerta cerrada a cal y canto. La vida
para ti y para mí había pasado a ser en blanco y negro, y sus confusos
fotogramas bailaban ante nosotros como sombras chinescas, amarrando tu cordura
en el espejo.
Cuando dejaron de batir sus alas esas
legiones de insectos solamente se escuchaban los negros latidos de este oscuro
océano que te arrastra irremisiblemente al fondo de un vaso. Nada pudiste
hacer, estando como estabas ya con las manos atadas a la espalda. Sería cruel
hacerte cargar con el saco repleto de dudas que quebraba mi espalda, así que
yo me fui; y me llevé conmigo la última de mis
sonrisas, que se extinguió como cada vez que me asomaba al espejo de tus
silencios, como cada vez que me fijaba en la mirada desdeñosa que tu retrato
deslizaba sobre mi cama.
Recuerdo cuando aún desayunaba con la
esperanza que despierta en tus sentidos el colorido de las notas pegadas con
imanes en la nevera. Las gimkanas que nos conducían indefectiblemente a nuestro
dormitorio, y a la siesta placentera del que ha quedado satisfecho. Recuerdo la
electricidad que se creaba cuando estaba a punto de estallar la tormenta. Era
como un vacío que lo engullía todo y luego te lo arrojaba a la cara en medio de
una ensordecedora deflagración. Era como la bonanza que precede el estallido de la
tormenta más imperfecta que conozco, aquella en la que cada uno saca lo peor de
sí tratando de hacer sangre en una herida por la que se desangra el poco amor
que aún nos queda. Recuerdo la mirada arrepentida que precede una tregua
cargada de promesas vacías y pañuelos sucios; de bombones caducados y flores
robadas en el cementerio de la esquina. Puedo reconocer entonces el reflejo
consumido de lo poco que aún nos queda el uno del otro, consumiéndose
inútilmente como la ceniza de un cigarro entre los dedos de un borracho.
Con sumo gusto me pasaré a degustar ese juego de sabores que tan sugerente parece. Gracias.
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