Amor… Harta estoy de tus silencios. ¿Cuántas preguntas he de
continuar haciéndome para que tú decidas contestarme? Ya no te reconozco, y el
vacío que se ha hecho dueño de tu mirada me consume tan violentamente que todo
me sabe a veneno.
Amor… Estoy tan empachada de promesas que he dejado de
confiar en las palabras, convirtiéndome muy a mi pesar en alguien muy distinto
a quien quisiera. Ya no encuentro a nadie capaz de pronunciar tu nombre sin
desprecio, y eso me entristece enormemente. ¿Dónde se queda ya el dolor cuando
no tienes lágrimas suficientes para aplacarlo? Dudo que lo sepas, porque nunca
te has molestado en dejar de vivir el amor en solitario. Tengo el alma tan
reseca de pensar en ti que todo mi ser chirría como si fuésemos dos bisagras
mal engrasadas. Estoy tan cansada de vivir en la penumbra que ya me había resignado a esperar noche tras noche tu regreso con la ilusión de quien lo ha
perdido todo y ya no espera nada.
Amor… Quisiera que me dijeras en qué momento congeló la luna
su sombra sobre ti, llenándote de esta oscuridad que te reclama cada vez con
más violencia. Es tan cruenta esta zozobra de nadar entre las aguas del
presente y del pasado que ya estoy agotada, y la tragedia de perderte para
siempre está siendo vencida por la triste comicidad de aceptar que nunca te he
tenido. Lo más duro de querer a quien no te quiere es asumir que quizás
realmente nunca te ha querido.
Amor… (Si es que aún queda algún vestigio en tus entrañas)
Lo más triste que nos puede suceder es
que tú también te alegres de perderme, pero en toda pareja hay alguien que
entrega su amor y alguien que lo recibe; y a mí ya no me queda más que darte.
He de admitir que me has dejado consumida entre el satén de mercadillo y la
lujuria de un datafono que se ha convertido en acusador y testigo de una
soledad que yo nunca he merecido. ¿Queda algo aún en ti de mí o todo se ha
perdido?
Amor… ¿Cómo perdonar lo imperdonable? Solo los necios creen
en la posibilidad de insuflar confianza en las promesas vacías; y lo hacen a
sabiendas de que su inmerecido esfuerzo les dejará exhaustos para siempre. Yo
ya no estoy dispuesta a dejar pasar más tiempo, malgastando tantas páginas en
blanco.
En el fondo debería de sentirme agradecida, porque las luces
de neón que te calientan jamás podrán llegar a iluminar la oscuridad que te
rodea; y algún día te perdería igualmente confundido en la manada de alcoholizados perdedores
que ahora llamas "tu familia". Tienes que saber que la sonrisa de una mujer no puede
ser comprada llevándose la mano a la cartera; porque con ese miserable gesto
aniquilas a una vida que se ofrece para ti en primicia; pero eso nunca
importará a las lombrices como tú, tan egoístamente empeñados en monopolizar el
amor que dejais desatendida la parte que menos os importa, la del corazón.
A todos vosotros os dedico mi más profundo desprecio, porque
en el fondo no dejareis jamás de ser unos oscuros fantasmas pagafantas de carne
de saldo y calderilla. No os merecéis ni tan solo uno de los minutos de nuestra
ilusionada espera; porque dejais en nuestras camas vacías el hedor de unas
pieles que han perdido la decencia, tatuadas con venéreas.
Antes te miraba y veía al hombre de mi vida; aquél que era
capaz de hacerme sonreir como una tonta sin necesidad de palabras; pero ahora
miro tu cuerpo desnudo y me pareces ya tan poca cosa que solamente veo un
armazón de piel y huesos. En ese momento es cuando más segura estoy de que seré
capaz de sobrevivir a este amor envenenado; que seré lo suficientemente fuerte
para levantarme heroica, lamiéndome las heridas como una loba malherida; y en
noches como ésta soy capaz al fin de prometerme que he de convertirme en tu
sueño más recurrente, faltándote piernas y manos para suplicar mi regreso. El
fulgor de mis pestañas habrá de ser resucitado; pero no será tu nombre el que
pronuncie con anhelo; porque otro hombre rescatará mi sonrisa de la cárcel en
la que ha permanecido prisionera; y mis venas dirán alegres que habrá merecido
la pena el letargo de olvidarte noche a noche.
Ahora estoy preparada para irme, y cuando te diga adiós será
para siempre; porque la luz que emana de tus pupilas proyecta sombras chinescas
de posturas forzadas y alquiladas pelvis gimientes; y el pesado coro de
plañideras que ahora entonan alegres sus plegarias no recordarán jamás siquiera
el nombre del cadáver que han ocasionado sus oscuros ojos cargados de niebla.
Es tan imperdonable tu pecado que mi anular se vé forzado a escapar despavorido
de ese oscuro círculo de soledad y piel oscura, emigrando el corazón a una
tierra de merecido gesto de desprecio. Tienes la mirada tan cargada de
oscuridad que jamás volverás a iluminarme. Yo no puedo pagar el precio que tú
exiges por amarte; porque pago tu desprecio con la vida misma, y ese es un
precio demasiado elevado para mí. Solamente puedo decirte adiós y desearte suerte.
Otro se quedará boquiabierto ante el majestuoso batir de alas que hasta hace
poco te llenaba, agradecido de merecerse a una mujer como yo a su lado, algo
impensable para un mierda como tú.