Hoy me has sorprendido observándote de nuevo, y has sonreido relajada. Has descubierto a mi alma asomándose al bruñido y torpe
lienzo de tu despertar inquieto, desperezándonos en silencio mientras los ojos
se hablan con violencia; salvando la distancia cautelosa entre mi sempiterna
prudencia y la generosidad de tu cuerpo siempre hambriento. Es un nuevo
amanecer, y con él un nuevo reto. Generosa y aún somnolienta has posado con delicadeza en mi
mejilla un madrugador beso. Me has pillado por sorpresa. No diré jamás que tus caricias son fingidas, porque
siempre han sido tan tuyas como mías, pero no me esperaba un despertar tan generoso.
Cercando el oscuro círculo de fuego
de tus ojos perezosos envolveré mis recuerdos de cenizas, venciendo una vez más
este cruento despertar en el que cada uno de nuestros cansados huesos amenazan
romperse entre gemidos satisfechos. Asaltaré la soledad de tu pelvis hirviente
con los fugaces reflejos de la luna empañando tus pestañas de un aura luminosa
y favorecedora, y desnudos proclamaremos a los cuatro vientos que hemos dado
vida de nuevo a un amor que ambos creíamos dormido, y ese amor inclemente y
posesivo se quedará desprotegido, y el que antaño fuera errático y vagabundo se
volverá comprensivo y tierno; porque por primera vez en su vida será libre; y
al no tener dueño perderá el miedo a amar y ser amado, fundiendo tu reflejo y
el mío en un mismo claro y brillante espejo, prescindiendo de toda palabra innecesaria
en cada amanecer, porque las caricias que se dan con los ojos son las que
verdaderamente importan, porque salen directamente del alma.