Un
pequeño pájaro inició su canto en los jardines. El pobrecillo parecía
desesperado por atraer a alguna hembra a su territorio. Abrió la ventana para
observarle. Siempre había envidiado la libertad de los pájaros, su aparente
inmunidad a las fronteras, a las limitaciones…
Podía
verle, posado en uno de los árboles frutales de la finca, ajeno al mundo;
preocupado tan solo en entonar su melodía con la perfección de un maestro. Se
trataba de un pequeño petirrojo. Era uno de sus pájaros favoritos y ese en
concreto se atrevería a decir que era el mismo que la despertaba mañana tras
mañana con su alegre trino. Se había pasado toda la primavera cantando,
ilusionado, empujado por su instinto a buscar la compañía de una pareja. Ahora,
al final ya de la temporada aún no había perdido la esperanza; y pese a que ya
iba con retraso (el resto de sus congéneres ya hacía semanas que habían
nidificado y esperaban descendencia) él no cejaba en sus intentos.
Envidió
su determinación, y quizás a causa de su semejanza con ella misma se solidarizó
con él, animándole desde lo más interno de su corazón a que no desistiese en su
firme empeño. No sería justo que tanto esfuerzo se quedase sin recompensa. De
improviso su canto se vio interrumpido. Algo había perturbado a la avecilla,
que cambió sobresaltado de atalaya, saltando inquieto de rama en rama y
observando una silueta que planeaba amenazadora desde las alturas. Penélope
siguió con la vista la dirección de la mirada del pequeño pájaro y pudo ver
suspendida en el aire la figura de un pequeño halcón que se descolgaba desde lo
alto silencioso, amenazador y malintencionado. Sobrevoló los árboles en
círculos perfectos, seguramente en busca de alguna presa de mayor porte que ese
humilde pajarillo que trataba de ponerse a buen recaudo. Cuando el peligro hubo
pasado el valiente pajarillo volvió a henchir el pecho elevando su particular
concierto con la bravura de un león. Para él el peligro había pasado y no podía
demorarse en reiniciar su recital. Un segundo malgastado era un segundo perdido
y las ocasiones no se podían desperdiciar en un mundo tan competitivo.
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