Nunca acertaré a adivinar si la vida y el amor son una sola persona,
porque siempre he creído que caminaban cogidos de la mano empujados por
la misma brizna de esperanza. Sin tí la muerte sabe dulce, porque sin
tus ojos me sacio de ausencia, y me vuelve tentadora la muerte su enjuto
rostro invitándome a seguirla. Ya estoy harto de mantener abierto este
pulso a vida o muerte con tu nombre; viviéndote cuando estás sintiéndome
vivo y muriéndote cuando te vas sintiéndome morir sabiendo que te
llevas contigo mi alegría. En mis sueños tu boca busca la mía; pero me
despierto descalzo y desnudo, prisionero de cada amanecer.
Debería haberte hecho caso, y alejarme de tí; pero en el amor tu
debilidad es precisamente tu fortaleza. No he sabido ser lo
suficientemente débil para alejarme de ti; y es por eso que las brasas
de este amor ya consumido me dejan los pies manchados de negra tinta
reseca. A veces siento que tu ausencia cierra su puño sobre mi garganta,
dejándola seca y estéril. ¿De veras tanto le amas a el y tan poco me
amas a mí?
Quisiera detener el tiempo, olvidar que fuiste mía y yo fui tuyo antes
que él; haber sido capaz de advertirte de que el amor se vuelve cruel
cuando no es correspondido; que es capaz hasta de hacerte morir de
dolor.
Me asomo a la ventana y Madrid ya no es lo mismo. Ya no me seduce su
misterio. No hay horizonte en la lejanía, y es que está tan muerta el
alma mía que ha grabado en mi pecho un oscuro tatuaje, no dejándole
hueco para más heridas. El lento paso del amor en su agonía me recuerda a
un desfile de tullidos. En silencio escucho sus aullidos y aunque tape
mis oidos nunca cesan. Son tan desgarradores los recuerdos que sin
quererlo me atraviesan, me dejan aturdido y medio tuerto. Ya no me sabe
la vida dulce, no hay olor a primavera.
Lo invasivo de tu amor me tiene desconcertado y consumido. Ya no
encuentra paz esta alma mía, desorientada como una polilla ante el
fulgor del día. Es tan incómoda esta corona de espinas que a veces
quisiera gritar hasta desgarrar mi garganta; pero no te mereces tal
honor, y sufro en solitario este dolor sonriendo como si no pasara nada.
Tu aroma aún perdura en el fondo de mi armario, y aunque me repita sin
descanso que puedo superarlo lo cierto es que moriría feliz dejándome
engullir por la avidez de tu mirada.
Ya no soportan mis venas la tragedia de perderte, y mis brazos cansados
flaquean en su intento de sostener mi vida a pulso diariamente. Busco tu
mirada entre la gente inútilmente a sabiendas de que tu mirada ahora ya
es de otro. Nunca he sabido asumir una derrota, pero el dulce sabor de
la sangre ya no me asusta; se ha convertido en un aliño indispensable en
esta dieta que me tiene consumido de tanto que me aprieta.
Hoy te digo adios siendo consciente de que jamás volveré a quererte,
aunque me hayas dejado para siempre enamorado. No tiene sentido querer a
quien no te quiere. Suerte con tu nuevo compañero. Aunque le envidie no
puedo hacer otra cosa que compadecerme de el. Pronto adornará tu
cementerio.
Uff... El amor no correspondido es así de devastador.
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