miércoles, 24 de septiembre de 2014

Otoño. El renacer de la musa.




Mi musa renace en otoño, y se viste de fría niebla para susurrarme al oído promesas y sueños. Parece haberse recuperado de su hastío vacacional y como el espíritu libre y caprichoso que siempre ha demostrado ser, regresa cargada de ímpetu, moviendo mis manos al antojo de su contoneo lascivo.

 Su timidez la aleja de mí en el verano, abochornada y vencida por la canícula estival, pero a ella siempre le ha gustado que la acaricie con palabras, aunque a veces no signifiquen absolutamente nada; y es por ello que siempre regresa, jugando con mis dedos hasta que los versos que condensan sus aleteos provocan mis risas entrecortadas. Al acabar el día descansa en mis brazos y se ofrece vencida cuartilla a cuartilla, aun a sabiendas de que en mi egoísmo intentaré de nuevo hacerla mía para siempre.

Pese a todo lo que encierra de egoísta mi manera de actuar, ella no me guarda resentimiento, y se despierta contenta, haciéndome olvidar la culpabilidad que siempre me provoca haberme sido infiel conmigo mismo.