jueves, 13 de diciembre de 2012

La llegada del otoño















Llega el otoño; y con él la tristeza. La efímera caducidad de la vida dice adiós y se aleja mirando con tristeza las pisadas que marcan su regreso. Es el otoño, que todo lo invade con su manto de torpe niebla. Llega el gélido viento norteño, con su carga de melancolía y sus ecos de canciones pasadas y fiestas alegres. Las hojas se mueren, y pese a su torpe empeño son arrancadas sin miramientos por este crepúspulo salvaje de noviembre, con su desértica  tormenta tan cargada de sed que te empuja a la soledad de una botella, precipitando su vacío a través de tu tráquea.

Llega el otoño, y resignado me siento en cuclillas, cruzando con el diablo una partida en la que heces, vómitos y sangre se intercambian por segundos y minutos. Siento que las cartas están marcadas; pero me dejo hacer, porque estoy harto ya de pelear con esa pequeña vasija sin manillas por las que ser izada, ésa que cruentamente  deja tus fragmentos adheridos a los bordes afilados de esa taza, diseccionando tus pulgares al intentar acariciarla.
Es el otoño; y en este atardecer sombrío los que aun no han muerto ansían con desprecio ese reposo, porque se han cansado de vivir sintiéndose vacíos. Extienden sus manos suplicantes hacia ese túnel manso que se ofrece ante ellos prometedor y oscuro, palpitante, maquillando con cenizas la gloria efímera de unos campos sedientos. Es el oscuro romanticismo de las esquelas, la retirada discreta entre las lágrimas de quienes jamás admitirían que te quieren como te quieren. ¿Podré yo apartar la mirada ahora que siento lo confuso de su torpe llamada?
 Si tan solo pudieras contestarme, negra noche...
 ¿Quedará aún algo de mí en tí o todo te lo habrás llevado?
 

viernes, 23 de noviembre de 2012

Silencio









Hace meses que no oigo lo que dices.

Es la noche, y su silencio, el que agarrota mis sentidos.

Toco mis pies y están fríos,

han perdido por completo sus raíces.

Desdibujado y triste pasa el día,y

como un perro que se lame sus heridas
lamo con mi lengua suplicante tu recuerdo

sin importarme estar cargado ya de cicatrices.

¡Todo lo que yo tenía y ya no tengo!

Con sigilo pasa mi vida, como un enorme cocodrilo

que acecha  a la víctima desde su escondite sumergido.

En contadas ocasiones la nostalgia

enciende de nuevo mis manos. Esa magia

me aferra a tu recuerdo como un recién nacido a un marchito pecho.

Ese recuerdo teje mantas que me arropan,

porque mi conciencia  es huérfana de carne,

y no habrá nada que jamás posea que no tema perder.

Es algo irremediable; ya no hay fuego en mi mirada,

y es que la vida ha entrado calando  a bayoneta en mi remanso

negándome el  derecho a mi descanso de tanto que me aprieta.

Me quedo debilitado como una espiga,

como el cadáver de un mosquito tirado en la cuneta,

incapaz de emitir sonido, falto de sustento.

Entonces apareces tú de nuevo, y todo cambia,

porque me aportas fortaleza, eres mi alimento.

Toda esa debilidad se va vacía, tal cual vino. Vuelvo a estar hambriento.

La seguridad de mi ventana.






 
 
 

Desde mi tejado me siento seguro, a salvo de miradas; porque pese a estar desmorronado y con los aleros carcomidos no permite que le puedan las goteras. Tiene varias tejas canosas, víctimas del tiempo (o acaso fruto del alivio de palomas); pero aunque parezca envejecido se muestra orgullosamente erguido. Yo aún le creo digno de toda confianza.

Mi tejado ya no tiene antenas, ni cables que le empujen hacia el suelo, porque ha dejado ya de estar enfermo. Me ofrece consuelo, protección y todo eso.

Mi tejado se construye a sí mismo a diario, se regenera solo; vive ajeno al paso del tiempo.

Hoy el rocío le baña de nuevo. Parece que esté llorando. Puedo ver mi rostro en su reflejo.

Mi tejado apunta al cielo, es una antena receptora. Es todo mi universo. Es mi refugio, mi atalaya. Cuando la oscuridad me atemoriza ahí es adonde siempre vuelvo.

En mi tejado se han criado mis polluelos. Aquí tengo mi nido, mi despensa, mi casa, mi alimento...
No, no tiene barrotes, porque no los necesita. Es una suma de cuadrados infinita; y aunque a veces parezca una cárcel sin principio ni salida no es húmeda, ni da miedo... ni siquiera es fría.

Mi tejado es el refugio de mi corazón vagabundo, cansado de caminar sin rumbo. Es el sitio donde nace renovada mi mirada.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El duende




Ella le llamaba "el duende", y él la miraba con los ojos como platos, sin poder entender nada de nada.
"Mi pequeño duende..."-decía. Y te juro que cuando lo pronunciaba con ese infinito cariño el alma se me escapaba desbocada.
"Su pequeño duende..."-decía, con las pupilas agrandadas... Y yo creo que él algo entendía; porque los niños saben descifrar desde bien temprano el extraño alfabeto de las miradas.
Ella guardaba tanto amor en sus pupilas que cuando te miraba todo tu mundo se llenaba de melodías de violines y aroma a flores frescas. Te llevaba a su terreno, y sin tan siquiera pretenderlo te dejaba embobado y a merced de sus relatos, sus canciones y sus fábulas.
Pero llegó la niebla, y la luz de la vida se quedó apagada. El  pequeño duende tuvo que aprender a olvidarla...
  Todos creíamos que por aquel entonces su duende era demasiado pequeño para extrañarla; pero cuando las personas se ván siempre dejan su recuerdo; y la grandeza de los niños es que eligen libremente y sin coacciones lo que desean recordar. Ella se fué, pero dejó su legado, y con el paso de los años "su pequeño duende" adoptó su nombre para su abuela materna. De ese modo mi suegra Mª Mar pasó a llamarse "Anna"; sonido gutural y convertido a fuerza de cariño en sinónimo de Ana María. Supongo que él simplemente se negó a olvidarla, con la sabiduría inocente que solamente se tiene en la infancia.
Hay momentos en los que creo que Ella lo sabe, y que continúa a nuestro lado; porque cuando la recuerdo siento una especie de calor recorriéndome el pecho, y siento como se escapan huyendo como palomas desbocadas todas mis preocupaciones; y si me concentro lo suficiente puedo sentir sus pequeñas manos acariciándome como hacía cuando yo también tenía solamente cinco años. Entonces es cuando me abandono a su grandeza, y puedo ser capaz de recordar momentos, olores y sabores concretos de mi vida que yo ya creía olvidados. Es extraño, pero vuelvo a sentirme niño. En esos momentos es cuando más fuertemente abrazo a "su pequeño duende". Por ella y por mí.

domingo, 14 de octubre de 2012

Esclava de sus silencios








Entraste de nuevo en mi cama haciendo extraños aspavientos con las manos. Sin darte cuenta apenas espantaste el deseo, y un millón de moscas azuladas revolotearon  despavoridas creando hipnóticos murales de reflejos azulados. Tu no lo sabías, y yo no quería saberlo, pero te estrellaste de cabeza contra la dura realidad de una puerta cerrada a cal y canto. La vida para ti y para mí había pasado a ser en blanco y negro, y sus confusos fotogramas bailaban ante nosotros como sombras chinescas, amarrando tu cordura en el espejo.

Cuando dejaron de batir sus alas esas legiones de insectos solamente se escuchaban los negros latidos de este oscuro océano que te arrastra irremisiblemente al fondo de un vaso. Nada pudiste hacer, estando como estabas ya con las manos atadas a la espalda. Sería cruel hacerte cargar con el saco repleto de dudas que quebraba mi espalda, así que yo me fui; y me llevé conmigo la última de mis sonrisas, que se extinguió como cada vez que me asomaba al espejo de tus silencios, como cada vez que me fijaba en la mirada desdeñosa que tu retrato deslizaba sobre mi cama.

Recuerdo cuando aún desayunaba con la esperanza que despierta en tus sentidos el colorido de las notas pegadas con imanes en la nevera. Las gimkanas que nos conducían indefectiblemente a nuestro dormitorio, y a la siesta placentera del que ha quedado satisfecho. Recuerdo la electricidad que se creaba cuando estaba a punto de estallar la tormenta. Era como un vacío que lo engullía todo y luego te lo arrojaba a la cara en medio de una ensordecedora deflagración. Era como la bonanza que precede el estallido de la tormenta más imperfecta que conozco, aquella en la que cada uno saca lo peor de sí tratando de hacer sangre en una herida por la que se desangra el poco amor que aún nos queda. Recuerdo la mirada arrepentida que precede una tregua cargada de promesas vacías y pañuelos sucios; de bombones caducados y flores robadas en el cementerio de la esquina. Puedo reconocer entonces el reflejo consumido de lo poco que aún nos queda el uno del otro, consumiéndose inútilmente como la ceniza de un cigarro entre los dedos de un borracho.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Cauterizando mis heridas con acuerdos judiciales.





En la mugre de las uñas habitan mil soledades. He tratado inútilmente de matarlas a dentelladas; pero solamente cuando he llegado al mismo hueso he podido comprobar que sobreviven a partes iguales de dolor y mierda entremezcladas. Escupo trozos de uña tratando de imaginarme que en cada trozo de ellas escapa impregnada aunque sea mínimamente una porción de piel. Estoy cansada de cargar con el peso de tanta piel inútil; tan cansada que a veces no puedo ni tan siquiera apartar con mis cansadas manos las telarañas que se empeñan en cerrarme el paso.
A la orilla de este mar que siempre nos llenaba veo con tristeza que de nuestro amor poco a poco ya no vá quedando nada. Cada embate de las olas parece empeñado en arañarme las pupilas con el recuerdo de un amor tan desgarrado por nuestras batallas que siempre me obliga a volver la vista atrás con miedo a las espaldas, consciente de que en la siguiente explosión ya no quedará nada por lo que luchar. Un amor de sálvese quien pueda y cuerpo a tierra, en el que consumimos todo cuanto teníamos sin importarnos para nada las consecuencias. Un amor de mutaciones extrañas, en el que todo cambiaba continuamente en función de sus propias necesidades, alimentado con  el egoísmo de quien solamente se quiere a sí mismo.
Y hénos aquí; nosotros que nos creíamos incombustibles; condenados a entendernos por sentencia judicial, ahogado en el silencio de las frases a destiempo el poco sentido común que aún nos quedaba. Sentido y sentimiento se quedaron mutilados a la par, injustos perdedores de una batalla en la que ambos habríamos de salir perdiendo. Aún retumba en mis oídos el desgarrador lamento de todos los años sepultados bajo la condena de una castración aceptada como norma de convivencia.
Decía una persona muy importante en mi vida que "solo una vez se ama en mayúsculas; si tienes la fortuna de encontrar a tu amor perfecto a la primera serás afortunada; porque si fracasas en ese primer intento no volverás a dejar espacio suficiente en tu corazón para otro amor en mayúsculas. Habrás perdido para siempre la capacidad de amar." Lo jodido del caso es que yo no sé si he amado en mayúsculas o minúsculas. Cuando se ama no se hacen distinciones. Se ama como te dejan y puedes, simplemente.
En mi interior toda mi sangre se rebela ante la injusticia de tener que renunciar a lo que me pertenece por derecho propio, abandonando todo cuanto tiene sentido en mi vida. Siento la cuenca de mis ojos violada hasta las raíces. Agachada a mi lado espera mi vida su crucial momento, con el pelo recogido y la cara lavada. He malvendido mi vida por cuatro míseros besos y un te quiero que ya no me saben a nada de tan gastados que los siento. He perecido en busca de la caléndula perfecta, la que hacía latir acelerado mi pecho, la que hacía lucir mi huerto. En su lugar solo quedan cenizas, y un calcinado terreno. El terreno en el que sobrevive tu recuerdo.
 


viernes, 31 de agosto de 2012

Poemas adolescentes. 31 de Agosto










El aire huele a tu piel
y se viste de negra noche
para decirme que jamás ha visto
una mujer que desprenda tal fuego;
que jamás ha conocido
otra de tal serenidad, de tal temple
que haga desviarse la mirada.

Dueña eres de mi aire y de mi cielo,
de mi mundo son tus ojos,
siempre alegres, gratos, virtuosos.

Quisiera devorar tu boca hasta quedar exhausto,
porque respiro entrecortado y en suspiros,
soñando tu voz, tu alma, tu cuerpo...

Quisiera lamer tus frescos labios,
y saber que tus caderas forman parte de las mías
para acelerar ese momento de magia
con la necesidad de que esa noche no se acabe,
con la necesidad de abrazarme a tu alma.

Gritaría saludando a ese sol que ya se muere;
y así, como quien no quiere
asaltaría tu alma desnudo y rebosante,
recordando eternamente ese fugaz instante
en que yo fui tuyo y tú fuiste mía.

domingo, 5 de agosto de 2012

Sobre luces de neón, luciérnagas, lombrices y sombras chinescas




Amor… Harta estoy de tus silencios. ¿Cuántas preguntas he de continuar haciéndome para que tú decidas contestarme? Ya no te reconozco, y el vacío que se ha hecho dueño de tu mirada me consume tan violentamente que todo me sabe a veneno.

Amor… Estoy tan empachada de promesas que  he dejado de confiar en las palabras, convirtiéndome muy a mi pesar en alguien muy distinto a quien quisiera. Ya no encuentro a nadie capaz de pronunciar tu nombre sin desprecio, y eso me entristece enormemente. ¿Dónde se queda ya el dolor cuando no tienes lágrimas suficientes para aplacarlo? Dudo que lo sepas, porque nunca te has molestado en dejar de vivir el amor en solitario. Tengo el alma tan reseca de pensar en ti que todo mi ser chirría como si fuésemos dos bisagras mal engrasadas. Estoy tan cansada de vivir en la penumbra que ya me había resignado a esperar noche tras noche tu regreso con la ilusión de quien lo ha perdido todo y ya no espera nada.

Amor… Quisiera que me dijeras en qué momento congeló la luna su sombra sobre ti, llenándote de esta oscuridad que te reclama cada vez con más violencia. Es tan cruenta esta zozobra de nadar entre las aguas del presente y del pasado que ya estoy agotada, y la tragedia de perderte para siempre está siendo vencida por la triste comicidad de aceptar que nunca te he tenido. Lo más duro de querer a quien no te quiere es asumir que quizás realmente nunca te ha querido.

Amor… (Si es que aún queda algún vestigio en tus entrañas) Lo más triste  que nos puede suceder es que tú también te alegres de perderme, pero en toda pareja hay alguien que entrega su amor y alguien que lo recibe; y a mí ya no me queda más que darte. He de admitir que me has dejado consumida entre el satén de mercadillo y la lujuria de un datafono que se ha convertido en acusador y testigo de una soledad que yo nunca he merecido. ¿Queda algo aún en ti de mí o todo se ha perdido?

Amor… ¿Cómo perdonar lo imperdonable? Solo los necios creen en la posibilidad de insuflar confianza en las promesas vacías; y lo hacen a sabiendas de que su inmerecido esfuerzo les dejará exhaustos para siempre. Yo ya no estoy dispuesta a dejar pasar más tiempo, malgastando tantas páginas en blanco.

En el fondo debería de sentirme agradecida, porque las luces de neón que te calientan jamás podrán llegar a iluminar la oscuridad que te rodea; y algún día te perdería igualmente confundido en la manada de alcoholizados perdedores que ahora llamas "tu familia". Tienes que saber que la sonrisa de una mujer no puede ser comprada llevándose la mano a la cartera; porque con ese miserable gesto aniquilas a una vida que se ofrece para ti en primicia; pero eso nunca importará a las lombrices como tú, tan egoístamente empeñados en monopolizar el amor que dejais desatendida la parte que menos os importa, la del corazón.

A todos vosotros os dedico mi más profundo desprecio, porque en el fondo no dejareis jamás de ser unos oscuros fantasmas pagafantas de carne de saldo y calderilla. No os merecéis ni tan solo uno de los minutos de nuestra ilusionada espera; porque dejais en nuestras camas vacías el hedor de unas pieles que han perdido la decencia, tatuadas con venéreas.

Antes te miraba y veía al hombre de mi vida; aquél que era capaz de hacerme sonreir como una tonta sin necesidad de palabras; pero ahora miro tu cuerpo desnudo y me pareces ya tan poca cosa que solamente veo un armazón de piel y huesos. En ese momento es cuando más segura estoy de que seré capaz de sobrevivir a este amor envenenado; que seré lo suficientemente fuerte para levantarme heroica, lamiéndome las heridas como una loba malherida; y en noches como ésta soy capaz al fin de prometerme que he de convertirme en tu sueño más recurrente, faltándote piernas y manos para suplicar mi regreso. El fulgor de mis pestañas habrá de ser resucitado; pero no será tu nombre el que pronuncie con anhelo; porque otro hombre rescatará mi sonrisa de la cárcel en la que ha permanecido prisionera; y mis venas dirán alegres que habrá merecido la pena el letargo de olvidarte noche a noche.

Ahora estoy preparada para irme, y cuando te diga adiós será para siempre; porque la luz que emana de tus pupilas proyecta sombras chinescas de posturas forzadas y alquiladas pelvis gimientes; y el pesado coro de plañideras que ahora entonan alegres sus plegarias no recordarán jamás siquiera el nombre del cadáver que han ocasionado sus oscuros ojos cargados de niebla. Es tan imperdonable tu pecado que mi anular se vé forzado a escapar despavorido de ese oscuro círculo de soledad y piel oscura, emigrando el corazón a una tierra de merecido gesto de desprecio. Tienes la mirada tan cargada de oscuridad que jamás volverás a iluminarme. Yo no puedo pagar el precio que tú exiges por amarte; porque pago tu desprecio con la vida misma, y ese es un precio demasiado elevado para mí. Solamente puedo decirte adiós y desearte suerte. Otro se quedará boquiabierto ante el majestuoso batir de alas que hasta hace poco te llenaba, agradecido de merecerse a una mujer como yo a su lado, algo impensable para un mierda como tú.

martes, 19 de junio de 2012

A la lluz de la mio vida. En homenaje a Nuberu y a los que ya no están.




En recuerdo a la luz de mi vida:

A sus manos firmes, callosas y calladas. Al fulgor de su mirada, al óvalo perfecto de sus labios sobre mi mejilla. A sus despertares cargados de tortos y paciencia, a la leche recién ordeñada y engullida sin tiempo para hervir. A las tardes en las que aprovechábamos la siesta de mi abuelo para escaparnos al río con nuestras varas de avellano y nuestros alfileres torcidos en busca de pescardos. A la dureza de sus primeras lágrimas. Al ardor desesperado de mis últimas lágrimas sin tiempo apenas para despedirla. A su fuerza incomparable, a su mirada; a todo el amor que me dio y que sin duda se le quedó en el alma sin tiempo para darme. A sus respetuosos silencios, a sus caricias inesperadas. Al orgullo que emanaba de sus ojos cuando me miraba. A sus consejos, a sus fábulas, aunque ahora sepa que a veces eran inventadas. Al respeto con el que siempre pronuncio su nombre; porque nunca podré olvidarla.

A sus canas, a su enjuto cuerpo que todo lo llenaba. A tu recuerdo, abuela; porque las estrellas del cielo han ganado con tu marcha...
A tu recuerdo, abuela; porque mis recuerdos están cargados de leña chisporroteando entre fuentes de arroz con leche e historias que siempre me atrapaban; a la chapa de una cocina de carbón tan dilatada como las pupilas con las que yo siempre te escuchaba.

Al olor de la yegua y de las vacas, de la hierba recién cortada. Al hara kiri de mis poros sedientos al bajar de la tenada. A  los pájaros que por desgracia yo maté cuando la vida para mi aun no significaba nada.

Porque Dios te llamó a su lado de una manera discreta y callada, tan discreta y callada como tu  quisiste ser siempre; aunque con tu grandeza habitual sin quererlo todo lo llenabas.


sábado, 19 de mayo de 2012

Un nuevo despertar ilusionado.


 Hoy me has sorprendido observándote de nuevo, y has sonreido relajada. Has descubierto a mi alma asomándose  al bruñido y torpe lienzo de tu despertar inquieto, desperezándonos en silencio mientras los ojos se hablan con violencia; salvando la distancia cautelosa entre mi sempiterna prudencia y la generosidad de tu cuerpo siempre hambriento. Es un nuevo amanecer, y con él un nuevo reto. Generosa y aún somnolienta has posado con delicadeza en mi mejilla un madrugador beso. Me has pillado por sorpresa. No diré jamás que tus caricias son fingidas, porque siempre han sido tan tuyas como mías, pero no me esperaba un despertar tan generoso.
Cercando el oscuro círculo de fuego de tus ojos perezosos envolveré mis recuerdos de cenizas, venciendo una vez más este cruento despertar en el que cada uno de nuestros cansados huesos amenazan romperse entre gemidos satisfechos. Asaltaré la soledad de tu pelvis hirviente con los fugaces reflejos de la luna empañando tus pestañas de un aura luminosa y favorecedora, y desnudos proclamaremos a los cuatro vientos que hemos dado vida de nuevo a un amor que ambos creíamos dormido, y ese amor inclemente y posesivo se quedará desprotegido, y el que antaño fuera errático y vagabundo se volverá comprensivo y tierno; porque por primera vez en su vida será libre; y al no tener dueño perderá el miedo a amar y ser amado, fundiendo tu reflejo y el mío en un mismo claro y brillante espejo, prescindiendo de toda palabra innecesaria en cada amanecer, porque las caricias que se dan con los ojos son las que verdaderamente importan, porque salen directamente del alma.

viernes, 20 de abril de 2012

A mis seres queridos

Puede parecerte triste el sol en el ocaso, pero al menos él ya ha terminado su jornada. Puede al fin retirarse a descansar. En su lugar deja el hueco siempre vacío de su ausencia; el recuerdo de su calor, de la luz que hasta ese momento ha reconfortado a tus ojos. En el ocaso de las personas sucede lo mismo. Es algo que sabes de antemano que tarde o temprano ha de ocurrir, aceptando su partida como algo inevitable; pero no puedes hacer otra cosa que aferrarte cada segundo que pasa con mayor desesperación a su luz y su calor como una planta hambrienta; a sabiendas de que su ausencia te dejará sumido en la más completa oscuridad. Nunca estaré preparado para la ausencia de mis seres queridos...

martes, 17 de abril de 2012

Dolorium Tremens

El amor es una ramera que se vuelve perezosa con el paso del tiempo. A medida que se vá poblando de canas pierde toda su juvenil pasión, conservando una aséptica formalidad basada en las buenas maneras. Se apoya en un bastón endeble tejido con la tradición más costumbrista, adoptando posturas en la mayor de las ocasiones extrañas e incómodas. En esa fina barrera todos nos volvemos de repente contorsionistas a punto de quebrarnos las espaldas a base de intentar mantener el equilibrio, sin saber que nuestro empeño es tan absurdo e inútil como un amor de adolescencia recuperado en la vejez.
No lo creía cuando he sentido el impulso de llamarla. Ha sido algo complejo, demasiado íntimo para poder explicarlo. En el fondo de una caja de zapatos vieja sobrevivía arrugada mi primera carta de amor. Un amor adolescente y cobarde, un amor que hasta hoy nunca había sido correspondido por mi eterno miedo a sentirme rechazado. A esa carta habian seguido varios cientos más, pero ella nunca lo sabrá, porque nunca tendré el valor suficiente de confesárselo.
Ya lo creo... El amor es una ramera que te pasa factura sin remedio. No lo creía posible cuando miraba su foto y la encontraba tan atrayente y misteriosa como cuando éramos niños. Ni tan siquiera podía sospecharlo cuando compartíamos atardeceres enfundados en una extraña piel que ni tan siquiera nos pertenecía, creyéndonos héroes. Nunca lo hubiese pensado, pero cuando al fin la tuve entre mis brazos toda la lujuria se esfumó, y es que el amor que se sustenta solamente a base de carne pierde su fiereza ante la visión desconcertante de un pubis encanecido. En mi cama no estaba lo que yo podía recordar de ella, sino una anciana abierta de piernas casi en la tercera edad.
Desde entonces sobrevivo a golpe de viagra y pastillas de colores, haciendo como que no siento alergia al poliéster que me ofrecen en la calle prostitutas que se saben ya mi nombre y apellidos, intentando recordar la manera de hacer sonreir a una mujer sin llevarme la mano a la cartera.

sábado, 24 de marzo de 2012

Prisionero de cada amanecer

Nunca acertaré a adivinar si la vida y el amor son una sola persona, porque siempre he creído que caminaban cogidos de la mano empujados por la misma brizna de esperanza. Sin tí la muerte sabe dulce, porque sin tus ojos me sacio de ausencia, y me vuelve tentadora la muerte su enjuto rostro invitándome a seguirla. Ya estoy harto de mantener abierto este pulso a vida o muerte con tu nombre; viviéndote cuando estás sintiéndome vivo y muriéndote cuando te vas sintiéndome morir sabiendo que te llevas contigo mi alegría. En mis sueños tu boca busca la mía; pero me despierto descalzo y desnudo, prisionero de cada amanecer.
Debería haberte hecho caso, y alejarme de tí; pero en el amor tu debilidad es precisamente tu fortaleza. No he sabido ser lo suficientemente débil para alejarme de ti; y es por eso que las brasas de este amor ya consumido me dejan los pies manchados de negra tinta reseca. A veces siento que tu ausencia cierra su puño sobre mi garganta, dejándola seca y estéril. ¿De veras tanto le amas a el y tan poco me amas a mí?
Quisiera detener el tiempo, olvidar que fuiste mía y yo fui tuyo antes que él; haber sido capaz de advertirte de que el amor se vuelve cruel cuando no es correspondido; que es capaz hasta de hacerte morir de dolor.
Me asomo a la ventana y Madrid ya no es lo mismo. Ya no me seduce su misterio. No hay horizonte en la lejanía, y es que está tan muerta el alma mía que ha grabado en mi pecho un oscuro tatuaje, no dejándole hueco para más heridas. El lento paso del amor en su agonía me recuerda a un desfile de tullidos. En silencio escucho sus aullidos y aunque tape mis oidos nunca cesan. Son tan desgarradores los recuerdos que sin quererlo me atraviesan, me dejan aturdido y medio tuerto. Ya no me sabe la vida dulce, no hay olor a primavera.
Lo invasivo de tu amor me tiene desconcertado y consumido. Ya no encuentra paz esta alma mía, desorientada como una polilla ante el fulgor del día. Es tan incómoda esta corona de espinas que a veces quisiera gritar hasta desgarrar mi garganta; pero no te mereces tal honor, y sufro en solitario este dolor sonriendo como si no pasara nada. Tu aroma aún perdura en el fondo de mi armario, y aunque me repita sin descanso que puedo superarlo lo cierto es que moriría feliz dejándome engullir por la avidez de tu mirada.
Ya no soportan mis venas la tragedia de perderte, y mis brazos cansados flaquean en su intento de sostener mi vida a pulso diariamente. Busco tu mirada entre la gente inútilmente a sabiendas de que tu mirada ahora ya es de otro. Nunca he sabido asumir una derrota, pero el dulce sabor de la sangre ya no me asusta; se ha convertido en un aliño indispensable en esta dieta que me tiene consumido de tanto que me aprieta.
Hoy te digo adios siendo consciente de que jamás volveré a quererte, aunque me hayas dejado para siempre enamorado. No tiene sentido querer a quien no te quiere. Suerte con tu nuevo compañero. Aunque le envidie no puedo hacer otra cosa que compadecerme de el. Pronto adornará tu cementerio.