domingo, 14 de octubre de 2012

Esclava de sus silencios








Entraste de nuevo en mi cama haciendo extraños aspavientos con las manos. Sin darte cuenta apenas espantaste el deseo, y un millón de moscas azuladas revolotearon  despavoridas creando hipnóticos murales de reflejos azulados. Tu no lo sabías, y yo no quería saberlo, pero te estrellaste de cabeza contra la dura realidad de una puerta cerrada a cal y canto. La vida para ti y para mí había pasado a ser en blanco y negro, y sus confusos fotogramas bailaban ante nosotros como sombras chinescas, amarrando tu cordura en el espejo.

Cuando dejaron de batir sus alas esas legiones de insectos solamente se escuchaban los negros latidos de este oscuro océano que te arrastra irremisiblemente al fondo de un vaso. Nada pudiste hacer, estando como estabas ya con las manos atadas a la espalda. Sería cruel hacerte cargar con el saco repleto de dudas que quebraba mi espalda, así que yo me fui; y me llevé conmigo la última de mis sonrisas, que se extinguió como cada vez que me asomaba al espejo de tus silencios, como cada vez que me fijaba en la mirada desdeñosa que tu retrato deslizaba sobre mi cama.

Recuerdo cuando aún desayunaba con la esperanza que despierta en tus sentidos el colorido de las notas pegadas con imanes en la nevera. Las gimkanas que nos conducían indefectiblemente a nuestro dormitorio, y a la siesta placentera del que ha quedado satisfecho. Recuerdo la electricidad que se creaba cuando estaba a punto de estallar la tormenta. Era como un vacío que lo engullía todo y luego te lo arrojaba a la cara en medio de una ensordecedora deflagración. Era como la bonanza que precede el estallido de la tormenta más imperfecta que conozco, aquella en la que cada uno saca lo peor de sí tratando de hacer sangre en una herida por la que se desangra el poco amor que aún nos queda. Recuerdo la mirada arrepentida que precede una tregua cargada de promesas vacías y pañuelos sucios; de bombones caducados y flores robadas en el cementerio de la esquina. Puedo reconocer entonces el reflejo consumido de lo poco que aún nos queda el uno del otro, consumiéndose inútilmente como la ceniza de un cigarro entre los dedos de un borracho.

1 comentario:

  1. Con sumo gusto me pasaré a degustar ese juego de sabores que tan sugerente parece. Gracias.

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